jueves, 8 de diciembre de 2011

A fuego lento...

7 horas. 7 putas horas. Espere su turno. No golpee, espere a ser llamado. Forme una fila. Malos humores. Malos olores, también. Abone por ventanilla.
El vendedor de lapiceras tiene un discurso bien aceitado, sabe por donde apretar. Primero te orienta, te guía y acomoda a la gente en las filas correspondientes según los horarios de los turnos. Por acá los de las 11, acá los de 11:30 y allá los de las 12. En voz alta y clara repasa la documentación necesaria para hacer el trámite. Y cuando bajás la guardia, hace su movida: no pierda tiempo, compre su lapicera, luego no va a poder hacerlo y va a perder su turno. A 8 pesos vende sus milagrosas biromes. ¿Qué son 8 mangos a cambio de ahorrarse valioso tiempo en un trámite engorroso? Algunos caen, la compran y al finalizar su trámite, mientras van camino a sus casas, se preguntan si en algún momento la usaron.
Paciencia. Hay que tener paciencia. Es un trámite de 7 pasos, pero nunca se sabe cuánto va a demorar cada uno. Depende de la voluntad y las ganas del empleado que te atiende. Miro el número y el tablero electrónico: 80 numeritos adelante. Calculo un tiempo estimado. Fallo. Recalculo. Vuelvo a fallar.
El mal humor provoca roces y la gente discute. Por un asiento, por una mala contestación o por aburrimiento. Da igual. A un costado, dos perros callejeros se desperezan debajo del busto de Evita.
Pasa el tiempo y llega la primera instancia. Tus datos, una foto y la firma. Después llegan los exámenes visuales y auditivos. En el gabinete 4, sigue el test psicológico. Adelante de la psicóloga a cargo, dos hombres se insultan y se desafían a pelear porque uno se apuró a sentarse en el asiento que le correspondía al otro. La profesional, inmutable, espera a que terminen de pelearse para explicar la forma correcta de hacer los dibujos que había en las tarjetas que tenía en su mano.
El exámen físico consiste en cuatro o cinco preguntas que realiza un médico desganado, cuyas respuestas quedan a criterio de cada uno. Digas lo que digas, te creen. El teórico es rápido, si leíste las preguntas que figuran en diferentes páginas webs, no hay mayores problemas. De ahí, derechito al práctico. Si no te traicionan los nervios y sale todo bien, te entregan la P. Principiante.
Y de nuevo a esperar. Una larga fila, empleados desbordados y desganados. Al final del recorrido, una ventana cerrada y un grupo de gente expectante. Una señora rubia abre dos puertitas de madera hacia afuera con unos papeles y recita en tono monocorde una serie de nombres y apellidos. Luego, cierra la ventana y desaparece. Este ritual se repite en lapsos de tiempo aleatorios. Siempre de la misma manera. Hasta que dicen mi nombre.
Veo mi documento y mi licencia de conducir fresquita. Recién cocinada a fuego lento, muy lento. 7 horitas.

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